Al Principio amaba El Amor . Ricardo de San Victor
Entramos a contemplar los misterios de Fe, y con el ánimo de mantenernos en el clima de la deslumbrante alegría de la Pascua, la liturgia nos trae este domingo la celebración de la Santísima Trinidad.
Nunca estaremos lo suficientemente agradecidos con San Agustín por haber basado su discurso sobre la Trinidad en la palabra de Juan: «Dios es amor» (1 Jn. 4,10).
Dios es amor: por lo tanto, concluye San Agustín, ¡Él es Trinidad! «El amor supone a uno que ama, uno que es amado, y el amor mismo con el cual se aman» . El Padre es, en la Trinidad, el que ama, la fuente y el principio de todas las cosas; el Hijo es el que es amado; el Espíritu Santo es el amor con que se aman
San Juan de la Cruz dice que «el amor que ha sido derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo», no es otro que el amor con que el Padre, desde siempre, ha amado a su Hijo.
Se trata de un desbordamiento del amor divino de la Trinidad hacia nosotros. Dios comunica al alma «el mismo amor que comunica al Hijo, aún cuando esto no ocurre de forma natural, sino por unión … El alma participa de Dios, cumpliendo con El, la obra de la Santísima Trinidad» .
Somos buscadores inquietos de la VERDAD, pero lograr asir, captar las verdades que el Espíritu nos revela, no es posible con nuestra mente limitada, a lo sumo nos valemos de conceptos abstractos y de palabras para buscar la VERDAD , pero ésta permanece oculta misteriosamente, así el entendimiento, que no logra captar, ni entender, queda fatigado en su vana búsqueda….la revelación vendrá calladamente al alma por vía de silenciar las palabras y los conceptos que no pueden expresar LA VERDAD..,
Se necesita ceder el puesto de la inteligencia al Espíritu para que sea EL quien nos adentre en el conocimiento de Dios en los abismos insondables del silencio… en lo adelante una nueva forma de conocer, nos guiará a la Verdad.
Hay algo más sublime que podemos hacer en relación a la Trinidad que tratar de entenderla, ¡y es entrar en ella! No podemos abrazar el océano, pero podemos entrar en él; no podemos abrazar el misterio de la Trinidad con nuestras mentes, ¡pero podemos entrar en ella!
Santa Isabel de la Trinidad nos sugiere una manera simple de traducir esto en un programa de vida:
Todo mi ejercicio consiste en volver a entrar en mí misma y perderme en los tres que están allí